Inspirado en la historia real de un Marchante amigo...
Era un día como cualquier otro. Aunque me desperté por el agradable olor que había en el ambiente, el sol fue quien se encargó de abrirme los ojos, cuando penetró a través de los hoyos en las planchas de Zinc de mi casita. Los hoyos de las paredes, no del techo. Mucha gente sueña con despertarse escuchando el torrente de agua golpeando cuesta abajo. Creen que es algo glamoroso y placentero. No saben lo que es vivir detrás de una cañada.
Mientras me cambiaba sentado en mi viejo catre, volví a reconocer mi pobreza y me pregunté si algún día saldría de ella. Mientras aspiraba unas bocanadas de un Aire más de resignación que de Paz, le presenté mi día a Dios... más por costumbre que por Fe...
Moví la cama para abrir la puerta, salí y la cerré, con todo el deseo de dejarla abierta, pues total, los Ladrones de esta jungla no perdonan ni al que no tiene nada.
Busqué a Julia, que ha sido la única muestra de fidelidad que he tenido en la Vida. Le puse la carreta en los costados y enfilé hacia el Conuco.
Tardé 2 horas en cargar la carreta y sin descanso inicié mi ruta hacia los barrios donde viven mis Clientes pudientes (La Yuca, La Puya, La Agustinita, La Zurza, Rodríguez Reyes y Cristo Rey). Iba por la Kennedy. La verdad que esos puentes secos son un éxito para no coger tapones. Me bajé antes de llegar al de la Lincoln. Doblé en el Edificio Azul y Amarillo, para atravesar Arroyo Hondo antes de llegar a mi destino.
Recuerdo que iba rápido. Recién le había cambiado los zapatos a Julia, unas Arthur Cottam, y repicaban por toda la cuadra mientras olía los guisos exquisitos de las casas.
Era mediodía. Los vecinos de la Zona estaban en ruta buscando a sus hijos al Colegio y regresando a Casa a comer.
Pues ya iba refrescándome del solazo con la brisa en mi cara, cuando de repente pestaño y me reviento contra el suelo... caí de nalgas, arriba de todos los víveres que llevaba... la soga que unía a Julia con la Carreta se rompió, volteándose toda la mercancía hacia la calle.
...y ahí estaba yo, medio a medio a la calle, en un sector de gente rica, obstaculizando el tránsito. Creía que la vergüenza de tener que recoger todo eso y dejar la calle sucia de tierra era suficiente, pero mi sorpresa de embarazo se hizo realidad cuando se formó el taponazo y la gente pasaba por mi lado en sus carros mirándome de lado... como si yo tuviera la culpa... y hasta vociferaban contra mi... los vidrios no me dejaban escucharles... me imagino que decían algo así como "tenía que ser un maldito arratrao, deberían prohibir que anden por aquí"... que humillación... me sentí el ser más minúsculo del planeta...
...y así, después de asegurar la soga de mi pantalón, para que no corriera con la misma suerte que Julia, aseguré la soga de la carreta y comencé a recoger los víveres...
... uno por uno, ya el tablazo contra el pavimento había sido demoledor para su frescura, no podía darme el lujo de que se maltrataran otra vez al subirlos en su carruaje. Después de todo, la venta del día me ayudaría a ser menos pobre... por unas horas, al menos.
El Sol parece que se entusiasmó a verme trabajando bajo su manto y decidió "animarme" aumentando su intensidad. Ya estaba sazonando mis pobres viandas.... y justo cuando la sed, el cansancio y la desesperación se estaban asomando, de la nada... así no más... llegó un Hombre a ayudarme.
Pero no era un Hombre cualquiera. Era uno de los Vecinos, que había pasado en su carro y al verme, entró el carro en su casa y sin mediar palabras, se puso en marcha hacia donde mi. No puedo negar mi sorpresa cuando se acercó, todo pepillo con su looking de Ejecutivo, camisa manga larga, corbata, pantalón fino y unos zapatos negros brillosos.
Recuerdo que al llegar, me miró, sonrió y sin mediar palabras... se agachó al suelo y comenzó a ayudarme...
No podía esconder mi asombro... en un momento como ese, lo último que podría suceder era eso y sin embargo, ahí estaba El... y ella. Apenas un minuto más tarde también salió Ella, una señora ejecutiva que se compadeció de mi situación y al ver a ese otro señor todo pepillo ayudándome, no tuvo moral para quedarse de brazos cruzados...
...y poco a poco la carga se iba haciendo menos pesada para mi, aunque más pesada para Julia... en menos tiempo del que pensé, ya habíamos terminado.
Mi rostro se iluminó al ver estas personas, todos sudados y sucios, con sus manos y uñas llenas de tierra, sonreirme y preguntarme si todo estaba bien.
Al final quería hacer algo por ellos y lo único que atiné fue coger una funda y darle una porción de mi preciada carga. De momento ya no era mía, pues ellos también la cargaron conmigo. Ellos no querían aceptarlo, pero entendieron que yo necesitaba agradecerles y me aceptaron el regalo.
Luego de desearme bien, dieron media vuelta y cada uno retornó a sus hogares.
Por mi parte, yo seguí mi trayecto con Julia, pero esta vez era diferente. Iba despacio. El sol no me molestaba...y una inexplicable brisa me acompañaba. A veces me daba la sensación de que solo era para mi, porque la sentía con toda seguridad, aunque las matas a mi alrededor ni se inmutaban.
Y como un golpe repentino, fui parándome donde quiera que veía una persona. Me bajaba de mi carreta, tomaba una funda y le regalaba una porción de la carga... poco a poco, muchas veces, hasta que ya Julia iba ligera solamente conmigo y mi carruaje. No quedó nada.
Recuerdo como la gente reaccionaba al verme entregarles de manera gratuita una funda llena de comida. Incluso gente que antes me habían pedido fiao y yo les había negado el crédito, por temor a que nunca me pagaran y así quedarme pobre y sin dinero. Era como si veían a otra persona que se bajaba de la carreta. Sus ojos se iluminaban y daban gracias.
Al caer la tarde, emprendí mi camino de regreso. La misma cama, en la misma casa, con la misma puerta, con el mismo olor, detrás de la misma cañada, rodeada de los mismos delincuentes, en el mismo callejón, en el mismo campo afueras de la ciudad.
Me senté en ella a descansar, aunque por alguna razón me sentía totalmente nuevo, como si recién llegare de unas vacaciones. Ya no tenía miedo a ser más pobre...
Ese día llegué con los bolsillos vacíos... pero con la vida llena de plenitud, al haberme encontrado por primera vez con un Dios que durante 30 años estuvo presentándose a mí de maneras tan misteriosas que finalmente hoy comienzo a entender... desde ese día, jamás volví a ser Pobre...
Al día siguiente, doné a Julia a la Parroquia de la comunidad, ya que la necesitaban mucho, porque no tenían vehículo... dejé de ser marchante y me dediqué a misionar, predicando a un Dios Vivo y Real, con la única esperanza de encontrarme a otro hermano marchante con su carreta volteada, para que pudiera acercarme, doblar mi rodilla y mostrarle a Jesús... el mismo que un día se inclinó hacia mi y levantó toda la carga, cuando yo ya había perdido las fuerzas...